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Des-olvidar lugares

Янв 21, 2015

Портал «Наша среда» продолжает публикацию статей, посвящённых 100-летию Геноцида армян,  ранее опубликованных в испаноязычной прессе. Благодарим Артура Гукасяна за предоставленные материалы.

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Хулио Фернандес Пелаес
Хулио Фернандес Пелаес

Поэт и драматург Хулио Фернандес Пелаес сознаёт, что для трагических событий поводом послужила не только религия, но и идеология уничтожения нации. Он начинает свою статью с давно уже широко известного вопроса Гитлера: «Кто помнит сегодня о резне армян?» Более того сколь больше продвигается автор в своем анализе столь больше вопросов возникают у него самого. «Почему у всего мирового сообщества отсутствует единогласие в случае с геноцидом армянского народа? Почему страны, которые знают, что такое страдать по причине многочисленных гонений (именно таков пример Испании), затрудняются признать столь очевидный факт трагедии подобного масштаба?» Вопросы, которые мы и сами им задаем…

Des-olvidar lugares

Julio Fernández Peláez

Dramaturgo y poeta español
En 2014 recibió el Premio Teatro x la Justicia (Tadrón Teatro, Buenos Aires)
«¿Quién habla hoy en día del exterminio de los armenios?», decía Hitler para arengar a sus seguidores en la ciega brutalidad, convencido de que para hacer brillar con fuerza su idea de nacionalismo había que aniquilar cualquier expresión de diferencia étnica, religiosa, política y cultural, pero también completamente seguro de la impunidad con la que estaba a punto de cometer una de las mayores masacres de todos los tiempos.
La exaltación de la estrategia de Gengis Kahn por levantar un imperio uniforme, es alabada por Hitler y tomada como ejemplo de dominio y reafirmación identitaria capaz de pervivir en el tiempo sin grandes sobresaltos en la conciencia popular. Después de Hitler, muchos otros nacionalismos han pretendido seguir las mismas reglas de juego: convertirse en vencedores para demostrar que el olvido se construye a la vez que se fabrican las victorias. Aunque por fortuna, no siempre con éxito, basta echar un vistazo a lo ocurrido en la antigua Yugoslavia para comprender que las heridas producidas siguen reabriendo la memoria para así poder curarse.

Alemania perdió la guerra, y el nazismo fue condenado por la Historia, no solo a través del juicio de Núremberg sino especialmente mediante la visión y exposición de las atrocidades cometidas. No en vano, la palabra genocidio adquiere una certera resonancia con la asimilación y el acuerdo unánime y universal de las dimensiones de los actos cometidos contra el pueblo judío. ¿Pero qué hubiera sucedido de ganar Alemania la guerra, o incluso de mantenerse “íntegra”, aún perdiendo? Es posible que se hablara de genocidio, pero también es posible que este, por extraño que nos parezca, no fuera reconocido de manera general. También podría suceder que en esta hipotética Alemania, después de regresar a la democracia, se negaran los campos de concentración o incluso que se “justificaran” de alguna forma, diciendo algo así como que también los judíos, los gitanos y los comunistas habían matado civiles arios.

¿Una exageración? ¿Pero a qué nos suena esto? ¿No son comparables tales argumentos a los empleados por Turquía, a través de sus portavoces políticos, para negar el genocidio Armenio? ¿Por qué, además, en el caso armenio no hay unanimidad internacional? ¿Por qué países donde se sufrieron las consecuencias de algún tipo de persecución genocida en su historia reciente, como es el ejemplo de España, tienen tantos problemas en reconocer la magnitud de este asunto?

Hoy por hoy, nadie en su sano juicio ejerce el negacionismo sobre el mayor de los genocidios perpetrados en Europa en el siglo XX –el perpetrado por los nazis-, tampoco desde un posicionamiento gubernamental, incluso en aquellos países donde hay abundantes dudas de que se respeten allí los derechos humanos. Sin embargo, no todos los genocidios cometidos en el siglo pasado han corrido igual suerte en lo que se refiere a su condena universal. El olvido sigue operando para muchos de ellos, y especialmente para con el genocidio armenio.

Como sugeríamos al principio, tratar de borrar al contrario equivale también a un intento de modificar la verdad en beneficio de la Historia, esa que se escribe desde quien ejerce el poder. Pero cuando este borrado ya no es posible, a causa sin duda de las evidencias demostradas, cabe la posibilidad de la invención. Oficialmente –desde las administraciones turcas- se ha dicho que los armenios mataron a más de medio millón de turcos en su intento de rebelión, mientras que solo habrían muerto unos diez mil armenios en esta lucha. Lo cual, por absurdo que parezca, no hace sino reafirmar la versión de que basta con imprimir obediencia ciega en los ciudadanos para que prendan en ellos falsas creencias, incluido el propio nacionalismo excluyente como expresión única de identidad colectiva.

La negación y la alteración de la verdad tienen también intereses bien asentados más allá de las fronteras donde los hechos ocurren. En España, por ejemplo, donde la Transición logró suavizar al máximo el franquismo y sus crímenes, no sorprende la tibieza en la condena de asuntos trasnacionales, gracias a la asunción generalizada de unas prácticas de diplomacia política, más interesadas en defender intereses económicos de empresas multinacionales y relaciones comerciales de alto nivel que en condenar la ausencia de derechos humanos.

No molestar al aliado –Turquía es miembro de la OTAN- podría ser una de las razones por las que, en algunos casos, no hay auténtico interés político en sacar del olvido al genocidio armenio. Pero también podría subyacer una cuestión de analogía con respecto a la Historia que cada nación construye en su beneficio, pues sólo los países de muy pequeña extensión carecen de tensiones políticas internas de algún tipo. En el caso de España, la mera sospecha de un origen separatista en el supuesto conflicto que dio paso al genocidio opera en sentido negativo: no olvidemos que las diferencias culturales y territoriales siguen siendo a día de hoy un elemento desestabilizador del territorio español, en especial en lo que se refiere a la cuestión catalana, o la cuestión vasca. Tanto es así que aunque Cataluña y País Vasco han reconocido oficialmente el genocidio armenio, el Estado español aún no admite en este caso la aplicación del término, por lo que podríamos decir que, de facto, España es uno de los países que aún no reconocen el genocidio armenio.

Vivimos en un mundo sometido a grandes cambios de carácter tecnológico que modifica cada cierto tiempo las costumbres más arraigadas, pero a su vez anclado en creencias ancestrales, capaces de inmovilizar a los seres humanos dentro de reductos imaginarios y fronteras reales, y también bajo estigmas irracionales, no pocas veces dominados por conceptos tan simples como religión, idioma, nación… Es cierto que vivimos bajo el mismo cielo y que cualquier diferencia entre culturas debería solventarse con la palabra, pero solo en ocasiones contadas ha sucedido así y sigue sucediendo.

Somos una especie animal que ha adoptado diferentes modos de pensamiento dependiendo de variadas circunstancias vitales, territoriales y comunitarias. Nadie nace siendo de una religión, pero es fácil que se integre en aquella en la que es educado. Nadie nace hablando un idioma, pero seguramente hablará el idioma familiar. Ni uno solo de los valores culturales pueden ser transmitidos por vía genética. Al fin y al cabo, lo que somos depende en gran medida del lugar y el tiempo en el que nacemos, es decir, de un accidente espacio-temporal. Accidentes que configuran, querámoslo admitir o no, unos rasgos comunes entre quienes se nombran parte de un mismo pueblo.

A pesar de que quizá lo deseable sería ser un solo pueblo, y vivir dentro de un mismo mundo en igualdad de condiciones, es inevitable que las gentes acaben constituyendo pueblos, y que estos pueblos se asienten en un lugar o lo busquen si no lo tienen, pues así ocurrió durante milenios. Una vez admitida esta realidad consustancial a nuestra naturaleza y circunstancial a la propia Historia de la Humanidad, el paso siguiente es aprender a no borrar, a no tratar de borrar todo aquello que no configura nuestro propio lugar cultural, o que configura otro lugar enfrentado y distinto al nuestro. Armenia, en este sentido, representa un paradigma de lugar dentro y al lado de otros lugares culturalmente distantes (no olvidemos que la propagación del cristianismo estuvo vinculada desde un primer momento a la propia identidad armenia).

La convivencia consiste tan sólo en eso, probablemente: aceptar que los lugares físicos y los lugares de la conciencia colectiva no tienen por qué coincidir. Que los unos y los otros pueden existir de forma incluyente, y que seguramente sea esta la única forma de construir un Estado de pueblos, un País de países y una Cultura de culturas, sin orientes ni occidentes separados entre sí.

El reconocimiento del genocidio armenio nos lleva al origen de un problema de máxima actualidad, en un mundo dominado por fuerzas que para reafirmar su identidad exterminan aquellas otras que residiendo en el mismo territorio, ocupan, sin embargo, imaginarios diferentes. El proceso de borrado (violento o silencioso) de estos imaginarios, de estos lugares, tiene profundas resonancias en el llevado a cabo con el pueblo armenio a principios del XX. Y también, cómo no, en el intento de olvido posterior, ese olvido premeditado que no pretende otra cosa que escriturar a la fuerza los acontecimientos, para que finalmente, también dentro de la Historia haya un solo y único lugar uniforme.

Источник: http://genocidoarmenio.blogspot.com.es/2014/11/des-olvidar-lugares.html