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Al filo de la muerte

Дек 25, 2014

Портал «Наша среда» продолжает публикацию статей, посвящённых 100-летию Геноцида армян,  ранее опубликованных в испаноязычной прессе. Благодарим Артура Гукасяна за предоставленные материалы.

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Жан Мейер
Жан Мейер

«На грани смерти» – так называется аналитическая статья Жана Мейера. В рамках представленного материала мексиканский историк концентрирует внимание на свидетельствах переживших. «Из книг, изданных в период с 1917 по 2014 гг. я прочитал 96, – сообщает он, – и посмотрел несколько документально-хроникальных, а также художественных (например «Арарат» Атома Эгояна) фильмов. Те мне менее, должен сказать, что более всего именно воспоминания очевидцев позволяют понять отмечаемый в Конвенции «mental harm». Так, например, Хумана Хаддад (Joumana Haddad) рассказывает, что чудом спасшаяся в 1915 ее бабушка-армянка в 1978 году в 66-летнем возрасте покончила жизнь самоубийством в Бейруте: в 1915 году турки на ее глазах убили ее отца, потом на пути ссылки в Сирию – мать и троих братьев…»

Al filo de la muerte

Kart Vonnegut escribió que no hay nada inteligente que decir sobre una masacre: “ Se supone que todo el mundo debe estar muerto, y nunca más decir nada, ni querer nada más jamás. Se supone que todo debe estar muy silencioso tras la masacre, y siempre lo está, excepto los pájaros. ¿Y qué dicen los pájaros? Lo único que se puede decir acerca de una masacre, cosas como “¿Poo-tee-weet?”. Cierto. Pero al mismo tiempo, las palabras de Jean Jaurès, pronunciadas en 1897, cuando denunciaba la masacre de armenios en el imperio otomano del “Sultán rojo” Abdul Hamid, siguen vigentes: “La humanidad no puede vivir mas tiempo con, en su sótano, el cadáver de un pueblo asesinado.” Lo dijo el líder socialista francés dieciocho años antes del inicio del exterminio de la nación armenia, en abril de 1915. Dentro de unos meses, la inevitable conmemoración del centenario de lo que el Código penal turco prohíbe calificar de “genocidio”, recordará al mundo que sigue viviendo con, en su sótano, el cadáver de un pueblo asesinado.

La Convención sobre la Prevención y el Castigo del Crimen de Genocidio, adoptada por las naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948 dice textualmente:

Article I

The Contracting parties confirm that genocide, whether committed in time of peace or in time of war, is a crime under international law which they undertake to prevent and to punish.

Article II

In the present Convention, genocide means any of the following acts committed with intent to destroy, in whole or in part, a national, ethnical, racial, or religious group, as such:

1.Killing members of the group;

2.Causing serious bodily or mental harm to members of the group;

3.Deliberately inflicting on the group conditions of life calculated to bring about its physical destruction in whole or in part;

4.Imposing measures intended to prevent births within the group;

5.Forcibly transferring children of the group to another group.
Article III

The following acts shall be punishable:

1.Genocide;

2.Conspiracy to commit genocide;

3.Direct and public incitement to commit genocide;

4.Attempt to commit genocide;

5.Complicity in genocide.
Las memorias de Hampartzoum Mardiros Chitjian ilustran cada uno de lo puntos mencionados por los artículos II y III, con la sola excepción, quizá, del II d) sobre el control forzado de la natalidad.

He leído noventa y seis libros sobre el tema, publicados entre 1917 y 2014, he visto varios documentales y también películas como Ararat de Atom Egoyan, pero son los testimonios personales de los sobrevivientes que permiten entender que es el “mental harm” mencionado por la Convención. Así la escritora Joumana Haddad se acuerda de su abuela armenia que tuvo tanta dificultad para sobrevivir al genocidio y que se suicidó en Beirut, en 1978, a sus 66 años: los soldados otomanos habían matado el 24 de abril de 1915 a su padre, delante de sus ojos, luego murieron, en la marcha de la muerte hacia Siria, su madre y sus tres hermanos. Nunca quiso evocar ese pasado. “Entonces, vean ustedes, ella no sobrevivió realmente al genocidio. Como tantas otras víctimas, fue matada, con algún retraso; una bomba de tiempo habían puesto en su corazón, aquel siniestro día de abril 1915, y explotó decenios más tarde.”

Hampartzoum Mardiros Chitjian no se suicidó. Tenía catorce años cuando empezó la masacre. Sobrevivió, perdón, no murió durante los terribles seis años 1915-1921, murió a la edad de ciento dos años. Escuchen lo que dice: “Me salvé pero no sobreviví al genocidio. Uno nunca sobrevive a un Genocidio. Físicamente es posible escapar, pero el alma y la mente sufren un tormento permanente. Cuando alguien visita el infierno, queda marcado de por vida. Mis ojos están aterrados de todo lo que han visto, y mis oídos de todo lo que han escuchado- las atrocidades de las cuales fui testigo durante seis años. Mi corazón está cansado y desgastado debido al pasado y tiembla de miedo por el futuro de Armenia y los armenios… Nunca aprendí a sobrellevar esas imágenes. Me han acuciado y atormentado en todo momento.” Este es uno de los leit motiv de sus memorias, cuya escritura y cuyo dictado, inspirados por su hija, le evitaron probablemente el suicidio.

El segundo tema es el pleito que este cristiano ferviente, nuevo Job, tiene con Dios.

“En 1915, un Dios inmisericorde le dio la espalda a los armenios. Dejó solos a los armenios en días insoportables- a la única nación que lo apoyó; la primera nación que adoptó el Cristianismo. Aún así, le permitió a los turcos intentar borrar a toda una nación. ¿Por qué?”

“Estaba muy al tanto de la fe inamovible de mi padre. La fe de que al final Dios protegería a los armenios y a su familia. A causa de mis experiencias posteriores con la traición, mi dolor se vería aumentado por el hecho de que viví para atestiguar la manera en que fue traicionada la fe de mi padre en Dios. ¿Dónde estaba Dios? ¿Cómo podía Él permitir actos tan inicuos?”

“Una vez más, recordar esos días de angustia me hace pensar que tenemos un Dios al que le gusta engañar. Recuerdo la escritura sobre el altar de la Iglesia de la Santa Cruz en Los Ángeles: “Pidan y se les dará, toquen, y se les abrirá”. Mentiras, mentiras, mentiras.” “Cuando me encuentre cara a cara con Dios, le preguntaré: ¿Cuál fue nuestro crimen? ¿Qué habíamos hecho a tan tierna edad para merecer esto? ¡Apenas tenía catorce años! Al ir corriendo tan rápido como podía, prefería encontrarme a un turco que tuviera corazón que al mismo Jesús que nos había abandonado de forma tan absoluta.” “Para mí es muy difícil hablar de lo que las inocentes niñas y mujeres tuvieron que soportar no sólo durante el genocidio, sino también en los años que siguieron. Me pregunto como fue que Dios permitiera que sucediera y por qué. Perdónenme si digo, ¡qué Dios tan inconsciente tenemos!”

Cuenta como los turcos separan a dos de sus hermanos; se llevan al mayor como esclavo, y al pequeño, demasiado débil para trabajar, no tardarán en matarlo: “Entonces un turco tomó a Kerop, dejando a Nishan solo, llorando “¡Mamá, papá!” No tuvieron oportunidad de despedirse ni decirse una palabra de consuelo. A Kerop lo destrozaba oír los gritos de su pequeño hermano. ¿Dónde estaba Dios? ¿El Dios impío?”

“El hijo más reverente de Dios, Jesucristo, fue crucificado, clavado en la cruz. En un día se encontró su paz. Los sobrevivientes armenios sufrieron sin piedad durante las atrocidades y para siempre el resto de su vida. ¡Su sufrimiento fue mucho peor que el del hijo reverente de Dios!”

Su obsesión es que no se pierda el recuerdo del genocidio y que el crimen sea reconocido como tal. “Los recuerdos y el dolor siguen grabados en la médula de nuestros huesos. Aún hoy, mi cuerpo tiembla cuando escucho las voces en mis oídos, los gritos desde los minaretes: ¡A quien esconda un armenio se le encarcelará cinco años con una cadena en el cuello!… Nunca permitamos que se olviden los registros de los relatos de nuestros sobrevivientes que fueron testigos de los actos atroces y brutales perpetrados por los turcos contra ciudadanos armenios inocentes.

Los hermosos mechones de cabellos, algunos todavía en trenzas, atorados en las ramas de los árboles a todo lo largo de las riberas de los ríos o en los matorrales- mechones sueltos y enmarañados, castaños, rubios y negros ondeando al viento.

Y los cadáveres descuartizados, mutilados y esparcidos…y los huesos amontonados por aquí y allá, algunos medio enterrados y otros mirándote directamente- los huesos y los cadáveres de los recién nacidos, lo más difíciles de mirar de frente…

…multitudes encerradas en las iglesias, a las que prendían fuego para terminar lo que la espada no había logrado.

… y los locos, quienes lo más probable es que hayan sido testigos de una o más de las anteriores… la lista puede seguir sin fin…”

En 2003, a sus 102 años de edad, pone el punto final a sus memorias:

“Si has leído lo que he compartido en estas páginas, entonces estoy seguro de que has entendido lo que ocurrió en 1915 y la importancia de las consecuencias de estas pérdidas para los armenios.”

Imposible hablar tranquilamente de un libro desgarrador: “Las últimas palabras de papá fueron que los turcos lo iban a enviar a él y a las mujeres a América a unirse con nuestros hermanos. En ese momento Kaspar preguntó por qué los chicos teníamos que ir a la escuela turca, y no a América con la familia. Su respuesta final fue: “América es el río para nosotros”. No entendimos la última respuesta de papá y eso nos dejó absolutamente confundidos. Tendríamos que enterarnos del verdadero significado de esas palabras cuando las escuchamos tantas veces en los meses posteriores.”

“América” significa la muerte, como “la regadera”, en Auschwitz.

En sus memorias, no olvida a todos los turcos, kurdos, y árabes, hombres y mujeres que se portaron como “justos” y salvaron a muchos armenios, a el, entre otros, y a su futura esposa, cuya familia toda fue protegida durante ¡ocho años! por un effendi turco.

Tengo la tentación de comparar las memorias aquellas con las del sacerdote, luego obispo armenio en la diáspora, Grigoris Balakian, publicadas en armenio en 1922 y 1959, traducidas al inglés en 2009 por Random House, New York: Armenian Golgotha. A Memoir of the Armenian Genocide, 1915-1918. Su autor fue arrestado el 24 de abril de 1915, en Constantinopla/Istanbul, con dos cientos cincuenta líderes armenios, eclesiásticos y laicos, empresarios, comerciantes, intelectuales, periodistas. Fue uno de los escasos sobrevivientes y testimonió en Berlín, en 1921, en el proceso de Soghomon Tehlirian, el que mató a Talaat Pasha, uno de los responsables del genocidio, todavía hoy venerado como héroe oficial en Turquía.

Según Grigoris Balakian, la idea de la “deportación” (no exterminio) de todos los armenios pertenece al mariscal alemán Wilhelm von der Goltz (Goltz Pasha), el organizador del ejército turco y presidente de la Sociedad Germano-turca: en febrero de 1914, en Berlín, expuso a la Sociedad su plan de llevar el millón de armenios que vivían en el Noreste de Turquía a Siria y Mesopotomia – para alejarlos de los rusos- y sustituirlos por otros tantos árabes, sujetos no muy de fiar; o sea una doble limpieza étnica.

Como H. M. Chitjian, Grigoris Balakian honra a los “justos”; son gente común y corriente, mujeres anónimas, pueblerinos misericordiosos y valientes, pero también gobernadores y militares: Mazhan, el gobernador de Ankara que se niega a cumplir las órdenes, Mehmed Jelal, gobernador de Alepo, Rashid Pasha de la provincia de Kastemouni, que recibió el apodo de “gobernador general de los armenios”, el de Yozgat; y también unos ingenieros alemanes y austriacos que trabajaban a la construcción del ferrocarril Berlín-Bagdad. Mientras que los oficiales alemanes eran, en general, turcófilos y consideraban a los armenios como unos traidores: “No tienen sino su merecido, son unos judíos cristianos que chupan la sangre del pueblo turco.”

Cuando llega la catástrofe, G.Balakian, como todos, no entiende, no lo puede creer. Como el niño de catorce años, Hampartzoum. El prelado supremo de la Iglesia Armenia, el católicos, había sido prevenido unos días antes, pero se negó a creer que el general alemán Otto Liman von Sanders que, en ese momento, defendía las Dardanelas, “en acuerdo con Enver Pasha, el Ministro de Guerra, decidieron deportar a los armenios que vivían a lo largo de la frontera con Rusia, y moverlos hacia el Sur, para proteger las espaldas del Ejército.” La derrota turca de enero 1915, en Sarikamis, aceleró la decisión. Era el plan de von der Goltz. Algo impensable para los dirigentes de la comunidad armenia. Así, el periodista y escritor Agnouni, advertido del peligro, contesta que no puede ser: “Talaat es mi amigo, le salvé la vida a la hora de la contrarrevolución… Es un amigo de los armenios y está en contra de los asesinos.” Muere asesinado entre los primeros.

Hay que saber que, en noviembre de 1914, la entrada en guerra del imperio otomano al lado de Alemania y Austria-Hungría, contra Rusia, Francia y Gran Bretaña, dividió a los armenios entre los dos bandos enemigos. La existencia de un pequeño ejército de voluntarios armenios de las provincias bajo mando ruso provocó la ira de los dirigentes turcos y permitió acusar a todos los armenios de ser un caballo de Troya del enemigo.

Hay que subrayar que en circunstancias semejantes o comparables, el imperio austro-húngaro no reaccionó de la misma manera: la existencia de una importante Legión checa que combatía al lado de los rusos contra Viena y Berlín, la presencia de Tomás Masaryk en el campo de los Aliados, no provocaron ningún castigo contra los checos. Rusia tampoco castigó colectivamente a sus sujetos polacos, finlandeses, ucranianos, musulmanes, por la existencia de voluntarios de dichos grupos del lado enemigo.

La deportación- genocidio, prolongada hasta 1923, puso fin a la “Cuestión Armenia”: desde la Tracia oriental en Europa hasta la frontera rusa, del Mar Negro hasta el Mar Egeo, todos los armenios, menos los de Constantinopla y Smyrna, fueron masacrados o deportados hacia los desiertos de Siria y Mesopotamia. En atroces condiciones, desaparecieron entre 40 y 50% de los armenios del imperio otomano: entre 900 000 y 1 500 000.

Es un genocidio, puesto que lo hecho está conforme a todos los puntos de la definición que la ONU dará en 1948. Hoy en día se estima que hay más de siete millones de armenios en el mundo: tres millones en la república de Armenia, república soviética hasta 1991; 1 400 000 se reparten entre Georgia, Ucrania, Rusia y las repúblicas de Asia central; más de 300 000 tuvieron que abandonar Azerbaidzhan a partir de 1988; más de dos millones forman la “gran diáspora” fragmentada en cincuenta comunidades, en el mundo entero. La más importante, en Estados Unidos, cuenta más de 700 000 personas; sigue la de Francia (cien mil en 1939), con 350 000 “franceses de origen armenio”.

Como en el caso del genocidio perpetrado por los nazis contra los judíos, los historiadores se han dividido entre “intencionalistas” y “circunstancialistas”, los primeros creen en la existencia de antemano de un proyecto meditado y concebido con tiempo, los segundos piensan que las circunstancias han llevado, sobre la marcha, a la decisión fatal, sin premeditación. La razón se sitúa en la síntesis de las dos tesis. Otra división entre los historiadores concierne la naturaleza de la ideología de los Joven-turcos; unos piensan que era puramente política, sin nada de racismo, se trataba de evitar la creación de un estado armenio que hubiera cortado Anatolia en dos y provocado a la vez la aparición de un Estado kurdo. Tampoco era religiosa, puesto que el movimiento era de inspiración jacobina, como lo demostraría Mustafa Kemal Atatürk. Sin embargo, en el motor político, metieron carburante religioso para motivar a los soldados turcos, a los kurdos y a los campesinos árabes: el 11 de noviembre de 1914 se había proclamado el dzhihad, la guerra santa contra los Aliados.

Vale la pena notar que los armenios no fueron los únicos masacrados: todos los cristianos del Oriente de Anatolia y de Siria- Mesopotamia sufrieron mucho. Se estima que la Iglesia asiria perdió 250 000 muertos, o sea la mitad de la comunidad; en el Kurdistan central, los nestorianos y los caldeos no fueron olvidados.

La dimensión religiosa, ausente en el proyecto nazi contra los judíos, explica que la conversión, evidentemente forzada, haya sido posible y que así muchos hayan salvado la vida. H.M. Chitjian cuenta como su padre, antes de ser llevado “a América” deja sus cuatro hijos varones a la escuela turca, que emprende la tarea de transformarlos en buenos musulmanes.

Sin embargo, otros historiadores consideran que la modernidad Joven-turca de corte jacobino francés, la que llevará Mustafa Kemal a crear la Turquía moderna, “una e indivisible”, implicaba la “limpieza étnica”. Tan es así que el único grupo que no he mencionado hasta ahora, a saber la comunidad griega, estaba, antes de 1914, en la lista de los que habría que desplazar tarde o temprano. El imperialismo de la “Gran Grecia” soñada por Venizelos, que se lanzó a la conquista de Constantinopla y de Asia Menor, se hundió en la derrota militar y permitió la expulsión de casi toda la comunidad griega, en 1922, y puso fin a su existencia milenaria. En 1914, Istanbul- Constantinopla contaba 1 549 000 griegos; quedaban 110 000 en 1927, 50 000 en 1950, 5 000 hoy.

Queda el grupo de los historiadores “negacionistas”, tanto en Turquía como en la academia internacional. Y de los negacionistas muy presentes en Internet, como sus cofrades en negación de otro genocidio, de la Shoah. Pero eso es otra historia.

 

Jean Meyer, División de Historia, CIDE, México DF, a 7 de junio de 2014.

 

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